En Madrid me quité definitivamente los pantalones cortos del colegio. Tengo un libro lleno con los adjetivos y sustantivos que esa ciudad me enseñó. Y otro con los colores y los pecados, que luego no lo eran, y que por aquellos entonces eran desconocidos para mí. Le debo una vida, y ella a mí una juventud vivida. Le debo mil, y ella a mí, nada. La ciudad de las estrellas perenne-mente escondidas, mi gris profesora llena de coches y de amigos siempre tendrá mi incondicional admiración, y mi eterno agradecimiento por haberme dejado escapar.

Monstruosa nube sucia donde vuelan inalcanzables las nostalgias y ambiciones de hombres y mujeres de provincias.

Cuando llegues a Madrid, chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés, y a alfombrarte con claveles la Gran Vía, y a bañarte con vinillo de Jerez.
En Chicote un agasajo postinero, con la crema de la intelectualidá, y la gracia de un piropo retrechero, más castizo que la calle de Alcalá.
Madrid, Madrid, mi Madrid... (Agustín Lara)