En Madrid me quité definitivamente los pantalones cortos del colegio. Tengo un libro lleno con los adjetivos y sustantivos que esa ciudad me enseñó. Y otro con los colores y los pecados, que luego no lo eran, y que por aquellos entonces eran desconocidos para mí. Le debo una vida, y ella a mí una juventud vivida. Le debo mil, y ella a mí, nada. La ciudad de las estrellas perenne-mente escondidas, mi gris profesora llena de coches y de amigos siempre tendrá mi incondicional admiración, y mi eterno agradecimiento por haberme dejado escapar.

Monstruosa nube sucia donde vuelan inalcanzables las nostalgias y ambiciones de hombres y mujeres de provincias.

Madrid llena de una tristeza pretérita al infortunado viajero que se para a pensar en el tiempo en cualquiera de sus avencidas. Por suerte este hechizo no le sucede a todo el mundo. Solo a aquellos que maquetaron su forma de ser por las calles llenas de gente de esa ciudad invivible pero insustituible.