madre
por Josón
Mi madre se muere. Y se muere sin remedio. Con razón. Mi madre se apaga cada día como las olas se achantan cuando llegan a la orilla. ¿Cuántas olas le quedan a mi madre para no ver el mar? ¿Cuántas olas me quedan sin mirar mientras pienso en ella? ¿Y cuántas más cuando ella se haya marchado?
Se apaga desde dentro con el miedo aterido a la piel. Con mi padre a su lado, mirándola con compasión y pánico al mismo tiempo. Con la mirada cierta y resignada de mi hermano, y la mía propia, sobrevolando las conversaciones, los silencios. Con el miedo escondido en el bolsillo, y en el teléfono, que cada vez que suena encoge el corazón como un latido seco, nuevo y exagerado, destemplado. Duele la certeza de saber lo que se avecina. Duele, por doler, hasta el dolor de la impotencia. Tan clara, que está sentada a mi lado desde que yo lo sé. Como una nueva amiga que sabía que tenía que venir a visitarme pero que no es bienvenida. Lloro por las noches sin sufrimiento cierto del futuro incierto de mi alma sin mi madre. Por el sufrimiento cierto del futuro cierto de mi padre sin mi madre. Por el dolor que está llamando a la puerta y a quien no le vale un “no estamos en casa”, pero al que tendremos que abrir. Y por la angustiosa distancia de horas que me separan de su angustia. Que no me alejan, pero asustan. En cada una de mis sonrisas hay una leve mueca, a veces imperceptible, que lleva su nombre, y que me desgasta el ánimo, el que creía preparado y en guardia. Cuando vengo de un lugar donde estas cosas no ocurren, de los sueños de cada noche, la mañana me regala su imagen como un mal tutor. Y aparece y desaparece a lo largo del día alterando mi espíritu con una cadencia ingrata y, al parecer, inalterable en las horas. Viniendo a visitarme con demasiada exigencia de horarios, con demasiada puntualidad innecesaria. Me sumerjo, como ahora, y no sirve de nada. Me levanto y grito, como a veces, y no sirve de nada. Me emociono, como siempre, y ¿de qué sirve?
Mi madre se muere y hoy tuve la certeza comiendo a la mesa con mi padre, a solas, porque mi madre no podía comer. Mi madre se muere como los días, poco a poco. Sin solución. Es el último verano a su lado, y vino helado y lleno de despropósitos y sinrazones y durezas y lamentos tardíos que no valen nada. Mi madre se muere delante nuestra, con la sonrisa puesta, como siempre, pintada y guapa, coqueta, como no podría ser de otra forma. Y mi corazón se muere también, con ella, al menos durante un tiempo. Luego lo enterraré durante un tiempo y lo desenterraré, y lo volveré a poner en el pecho. Para que se acostumbre. Para que se caliente de nuevo y deje de temblar. Para que funcione, para seguir adelante como mi madre me enseñó que hay que hacer cuando estas cosas pasan, y para que me saque las sonrisas a empujones cuando piense en ella como, de nuevo, no puede ser de otra forma.
2
5