Término no descrito como programa hasta finales de la primera década del siglo XXI, y por supuesto no recogido en el diccionario de la RAE. De uso ambiguo, en general, ahora ha despertado en mí un especial encanto, y un encuentro en otros barrios. Mi sobrino Arturo ha sido operado del corazón con diez meses. Básicamente le han hecho un corazoncito nuevo a base de habilidades médicas y el gran cemento que la fe proporciona, y mi hermano Ángel tuvo el acierto de abrir un chat en ese WhatsApp con el nombre de “El nuevo corazón de Arturo”, donde corazón es el símbolo rojo e inequívoco de lo que todos conocemos por un corazón. Al fin y al cabo era la primera vez que le robaban el corazón, y no desde el punto de vista metafórico. Lo que se ha escrito en ese chat daría para escribir un par de libros o una trilogía, por su cantidad, pero por encima de todo, por su calidad humana, porque lo relatado día a día en ese chat daría para entender el sentido del sentimiento más puro que existe, el del AMOR, con mayúsculas. Daría para dibujar la palabra ilusión en 3D, para describir la palabra compromiso, para sellar la amistad desinteresada (la amistad interesada no es amistad); para tatuar la emoción en el alma, en las horas nocturnas donde el chat se quedaba inmóvil, estático, a la espera de un parte médico matinal; para presumir de sensibilidad por encima de las distancias, y tratar de destrozar las barreras entre la salud y la enfermedad; para enseñarnos a torear las dificultades con absoluta desvergüenza, dando capotazos a la razón, y evitando así, pasar del temor al miedo, permitiendo quedarnos a esperar en el cómodo burladero de la ESPERANZA.
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